28 julio 2009

El espacio educativo en un centro penitenciario


La experiencia del Centro Penitenciario de Quatre Camins
Extracto del artículo publicado en la Revista nº3 del Col·legi d'Educadores i Educadors Socials de les Illes Balears (podéis leerlo entero en www.ceesib.org/revista_ceesib.php?privado=no)


Un centro penitenciario tiene como finalidades últimas el cumplimiento de la pena impuesta por un juez y la rehabilitación social de los internos para que no se vuelvan a producir actos semejantes en el futuro y puedan ejercer su rol de ciudadanos conformes a la ley. Hasta hace muy poco nos habíamos quedado en el primer objetivo, entendiendo que el segundo era pura falacia o, como mínimo, demasiado costoso como para plantearse llevarlo a cabo. Aún hoy, puede parecer excluyente que hablemos de espacios educativos en un centro penitenciario, porque éstos se confunden fácilmente con los espacios vivenciales y están ligados a una normativa muy estricta. Es por ello importante delimitar estos espacios, dotarlos de contenido y entidad propia.

Así, en 2005, en el Centro Penitenciario de Quatre Camins (Barcelona) se crearon 3 módulos de residencia específicos atendiendo a la tipología delictiva: delitos violentos, violencia de género, delitos sexuales (que comparten dos módulos residenciales) y un módulo para intervenir directamente en la problemática toxicológica. Las características específicas que diferencian éstos de otros módulos residenciales son:

* La ratio de internos pasa de 250 a 100
* La distribución física facilita la relación entre profesionales e internos
* La acción psicológica y educativa es específica, priorizadas por encima del simple cumplimiento de la pena
* El personal de vigilancia está especialmente seleccionado para facilitar la acción educativa y rehabilitadora
* El seguimiento y tratamiento de los internos es más intensivo
* Los equipos de tratamiento (formado por psicólogos/as, educadores/as, trabajadores/as sociales y juristas) están físicamente más cerca de ellos por lo que el contacto entre unos y otros es más fluido.

Estos nuevos espacios vivenciales han creado pautas de comportamiento, estructuras y modelos educativos diferentes. No priman los castigos ni las confrontaciones personales sino que se boga por el refuerzo positivo, impulsar sus potencialidades en vez de detenernos en las carencias. (...) Este modelo, experimental en Catalunya, ha generado buenos resultados por lo que la construcción de nuevos centros penitenciarios se ha llevado a cabo conforme a estas nuevas pautas; (...)
Pero los inicios no fueron fáciles; cambiar las estructuras de principios y mediados de siglo no resulta sencillo. (...) Pero no sólo de trata de modificar el espacio físico (diferente al resto en cuanto a la potenciación de espacios abiertos, creación de aula educativas, duchas en las mismas celdas...) sino también la implementación de pequeños sistemas de autogestión por parte de los internos; ámbitos como el de la limpieza, gestión de la biblioteca, organización de eventos especiales como Navidad o la Mercè han hecho que las relaciones de poder entre ellos y el personal de vigilancia y tratamiento sean más normalizadas y fluidas. Este nuevo enfoque educativo y tractamental ha propiciado, por ejemplo, que los incidentes entre internos o los expedientes disciplinarios causados por faltas de respeto a la autoridad hayan disminuido considerablemente, mejorando así el clima de convivencia y el normal funcionamiento de la unidad de residencia.

A nivel físico, en el ámbito educativo, se han creado espacios en forma de aulas polivalentes donde realizar los programas de tratamiento junto a los compañeros/as psicólogos/as. Se trata de aulas amplias, diáfanas, dotadas de luz natural y mesas de fácil traslado para facilitar la puesta en marcha de dinámicas grupales. En estos espacios se llevan a cabo las sesiones grupales de cada programa específico (...). Se aprovechan también para ofrecer formación reglada y organizar actividades lúdicas en momentos concretos del año (verano, Navidad, Festividad de la Mercè...); todas ellas coordinadas por educadores/as, maestros/as o personal en prácticas.

A nivel formal los contenidos de los programas específicos de tratamiento se han visto también afectados por este cambio de enfoque psico-educativo. Así, aquellas áreas temáticas llevadas a cabo por los/as educadores/as se han actualizado y dotado de contenidos propiamente educativos: conciencia emocional, normas de convivencia, habilidades sociales y personales, utilización óptima del tiempo libre, educación sexual, educación afectiva, abordaje de la diversidad cultural... etc. Esta puesta a punto de los contenidos aún se encuentra en proceso de actualización; para ello hace dos años se creó una plataforma on-line (e-Catalunya) donde los/as educadores/as estamos en contacto unos con otros, incluimos actividades y contenidos y, en pequeños grupos de trabajo, creamos guías y manuales para ser llevados a cabo dentro de los centros penitenciarios. (...)

En los tres años que llevamos trabajando con el nuevo modelo, nos hemos encontrado, por ejemplo, con dificultades para establecer relaciones terapéuticas saludables ya que la cercanía de los equipos de trabajo ha propiciado ciertas dinámicas más cercanas al “coleguismo” que a verdaderas relaciones profesionales. Este hecho ha representado un esfuerzo extra para los profesionales además de una presión añadida a su trabajo diario. Por otro lado, se han abierto nuevos retos con la llegada de nuevos perfiles de personalidad; por ejemplo en el módulo dedicado al abordaje de las toxicomanías hemos detectado la llegada de individuos jóvenes –menores de 30 años- de clase media, con una dinámica de consumo vinculada a la cocaína y al ocio nocturno, muy alejado del perfil de interno de mediada edad, con carencias afectivas y económicas, con un consumo de heroína como forma de enfrentamiento a problemáticas diversas.

Además en este nuevo enfoque la figura del/la educador/a se ha visto fuertemente reforzado hasta el punto de poder situarse al mismo nivel que los compañeros/as psicólogos/as. No olvidemos que el rol que hasta el momento los/as educadores/as habían llevado a cabo en el ámbito penitenciario pasaba por la implementación de actividades lúdicas, de aspecto informal y con una capacidad de decisión y especialización casi nula. En algunos centros este papel era más acorde al de secretario/a o ayudante del/la psicólogo/a que no de un profesional autónomo, con formación universitaria y capacidad resolutiva. Este refuerzo de la figura educativa ha conllevado un cambio en la dinámica de la toma de decisiones respecto al funcionamiento y tratamiento de los internos, una normalización y concreción de las tareas y áreas específicas del/la educador/a y una ampliación en los posibles campos de trabajo; por ejemplo se ha visto necesario sensibilizar a los internos (sobre todo aquellos más jóvenes) sobre la necesidad de llevar a cabo una conducción segura y sin riesgos para éstos y otros conductores; (...).

Este nuevo modelo aún se encuentra en una fase inicial, con necesidad de ajustar ciertas dinámicas difíciles de modificar, sobre todo por parte del personal y de los internos que llevan más tiempo en este ámbito. Uno de los principales objetivos que los profesionales estamos intentando cumplir es la eliminación del etiquetaje; esta práctica habitual determinaba que un interno o grupo de internos fuesen catalogados de “carne de presidio”, “violadores” o “inadaptados al régimen ordinario”. Con el seguimiento más intensivo y la detección de potencialidades, intentamos que estos etiquetajes se vayan diluyendo hasta su desaparición, tanto por parte de los profesionales (de vigilancia y tratamiento) como de los propios internos, que han asumido como propia la etiqueta impuesta. Para ello una de las herramientas que utilizamos es el lenguaje, eliminando de los informes y de las conversaciones cotidianas expresiones como “yo trabajo con violadores / asesinos / misóginos” o “delincuente de larga trayectoria penal y penitenciaria” ya que se trata de internos que han cometido agresiones físicas y/o psíquicas, conductas inapropiadas al fin y al cabo, que pueden ser (y son en su mayor parte) corregidas a través de los programas específicos. Eso conlleva que ellos mismos no se consideren como tal (y por tanto en el futuro no reproduzcan actos similares) y que además aprendan nuevas formas de comportamiento que les alejen de nuevas acciones delictivas.

No se pretende en ningún caso minimizar los actos cometidos por éstos ni desarrollar actitudes paternalistas; más bien al contrario, se trata de situar al delito y a la persona que lo ha causado dentro de unos parámetros que, como educadores/as, podamos abordar y tratar de forma intensiva, adecuada y personalizada. Y no sólo nosotros sino también el resto de profesionales de tratamiento y rehabilitación que tenemos un objetivo a cumplir por encima de todos: que aquellos que han pisado una prisión no vuelvan a hacerlo nunca más, sobre todo aquellos que han cometido delitos contra las personas (ya sea en forma de agresión física, psicológica o sexual)

En nuestra práctica socioeducativa diaria, hemos visto cómo los cambios a nivel físico y formal de los espacios ha contribuido a establecer nuevas dinámicas terapéuticas que han repercutido directamente en los procesos de rehabilitación y resocialización de los internos. Esas modificaciones han permitido incidir en aspectos más educativos y menos represivos, más normalizados y menos estandarizados, más directos y próximos.

Pero a pesar de los avances hechos en los últimos años, aún quedan pasos por dar y consolidar: dotar a los profesionales de recursos adecuados, mejorar la coordinación entre servicios médicos y equipos de tratamiento, convencer a aquellos más reticentes de la importancia de llevar a cabo una reforma en profundidad, ofrecer información objetiva a la sociedad de lo que se está trabajando en el interior de los centros penitenciarios, ofrecer más apoyo a las entidades externas que colaboran con nosotros para optimizar la coordinación con el trabajo comunitario, ampliar los recursos externos normalizados para que los internos puedan optar a ellos y un breve etcétera que esperemos ir reduciendo en el día a día, con el tesón que debe caracterizar a todo buen educador/a.

20 julio 2009

"El olor de la cárcel" por Francesc Escribano


Para saber cuál es el olor del miedo, unos científicos de la Universidad de Stony Brook en Nueva York pusieron unos trapos absorbentes bajo las axilas de un grupo de paracaidistas novatos. La mezcla de excitación, nervios y pánico les provocó una intensa sudoración cargada de información interesante. Una vez destilada la esencia extraída de los trapos del grupo en cuestión, los científicos comprobaron que el cerebro humano es capaz de detectarla, y descubrieron, además, que tiene un efecto contagioso. A lo mejor es que las emociones no solo se sienten, sino que también se huelen y por ello se contagian.

Estaba pensando en esta historia e iba aguzando la nariz cuando, hace unos días, tuve la oportunidad de visitar algunas cárceles catalanas. Es muy curioso, pero el olfato es el primer sentido que detecta que te encuentras dentro de una institución penitenciaria. Es una sensación peculiar. La poca ventilación aumenta la acumulación de olores corporales con los olores de comida y de los productos de limpieza... y no sé si el fracaso tendrá algún olor, pero, si lo tuviera también se encontraría mezclado con los demás. El fracaso se respira porque es lo que tienen en común la mayoría de las personas recluidas. Escuchando sus historias descubres que son vidas destrozadas por la droga, marcadas por la pobreza, frustradas por una mala idea, un mal pensamiento, un mal día o una mala hora. El destino las ha maldecido, y ahora solo les queda esperar el tiempo que les queda.

En el terreno colectivo, la libertad y la justicia son los valores fundamentales que han orientado nuestra vida desde el tiempo de los clásicos. En nombre de la libertad y la justicia se han hecho las guerras, las revoluciones y los movimientos que han configurado las sociedades modernas. En el plano individual, quien tiene una deuda con la justicia debe pagarlo con su libertad. En Catalunya, más de 10.000 personas viven en prisión. Las nuevas leyes, la mayor eficacia policial y el aumento demográfico han supuesto que la población penitenciaria se haya incrementado en los últimos años, y todo lleva a pensar que la crisis económica no ayudará precisamente a disminuir esta cifra. Es un panorama de futuro complicado para los responsables de las instituciones penitenciarias catalanas. Deberán buscar espacio en edificios antiguos donde, en algunos casos, se amontonan más de cuatro internos por celda, y tendrán que encontrar dinero para construir nuevos centros que les permitan clausurar algunas reliquias del pasado que todavía son útiles.

Por lo pronto, el president, José Montilla, anunció hace poco que las restricciones presupuestarias que se atisban para los próximos tiempos no afectarán a los planes que prevén la construcción de nuevos centros penitenciarios. Supongo que esta decisión política no despertará ninguna reacción eufórica en la opinión pública. La situación de las cárceles no suele ser un tema prioritario de preocupación para la ciudadanía. De las cárceles solo se suele hablar cuando hay conflictos. Eso sí, cuando son noticia es porque los problemas que generan son considerables, y entonces inundan las primeras páginas de los periódicos. En Francia, la catastrófica situación y la superpoblación de las cárceles ha puesto a la ministra Rachida Dati contra las cuerdas después de que en los últimos seis meses se hayan suicidado 92 internos. En Catalunya, con motivo del juicio contra los amotinados de la cárcel de Quatre Camins, todos hemos podido ver hace poco las impactantes imágenes del estallido de violencia y la escalofriante agresión al subdirector del centro.

Vivir en la cárcel no es agradable, ni tampoco lo es acercarse a su realidad cotidiana. Las mujeres y los hombres que allí se encuentran arrastran vidas truncadas por un delito. Pero ellos no son las víctimas, aunque puedan parecerlo, y, por tanto, no es fácil ponerse en su lugar, ni vivir sus problemas como si fuesen nuestros. Al contrario: si están encerrados es porque tenemos asumido que es la mejor forma de proteger a los ciudadanos de la amenaza que representan. Esta es la primera función social que debe cumplir la institución.

Pero si las cárceles solo estuviesen para eso, servirían de poco. Si hay que invertir esfuerzos y dinero es para lograr que la experiencia de reclusión sirva para la posterior reinserción de esas personas. La reinserción es posible y siempre será la mejor protección ciudadana. Para lograrla, hay que romper muchos tabús y muchos tópicos. Empezando por valorar de modo diferente a los profesionales que trabajan en las prisiones. Al visitar las cárceles catalanas me ha sorprendido ver cómo los funcionarios conviven con los internos, cómo se mezclan con ellos y cómo, sin llevar armas de ningún tipo, son capaces de mantener un orden y un equilibrio extremadamente frágiles. Como en todos los colectivos, hay gente de todo tipo, pero es injusto mantener los clichés de la época franquista, cuando los funcionarios eran uno de los máximos cuerpos represivos. Hacen un trabajo poco lucido. Esto explica la dificultad que tienen aún muchos educadores y funcionarios de cárceles para identificarse como tales cuando conocen a alguien.

Habría que acabar con estos tabús y estigmas, porque si queremos mejorar la sociedad, no podemos olvidar las cárceles. Aunque pueda parecer utópico y ningún científico se haya entretenido en buscarla, estoy seguro de que la esperanza también tiene olor, y este es el mejor antídoto contra el miedo y el fracaso.

DE CÓMO HABLAMOS (Breve diccionario crítico de servicios sociales)

Por Sera Sánchez Rodríguez, educador social de servicios sociales de base
Todas las disciplinas crean un discurso propio mediante el cual explican su objeto de estudio. Así, el trabajo social (incluyendo aquí a la educación social) se nutre de referencias científicas (ciencias conjeturales como la pedagogía social, la psicología, etc.), y se sustenta en modelos teóricos para crear un lenguaje reconocido por todos sus profesionales. En la traslación del modelo teórico al de la praxis profesional hay una transformación del discurso. En esa translación unos conceptos son usados con mayor o menor fortuna, otros se desvirtúan perdiendo su sentido primigenio al pasar al lenguaje profesional. (...) Con el tiempo algunos de estos conceptos con los que se crea un corpus propio son exportados a otras disciplinas para, finalmente, acabar formando parte del lenguaje común. (...). El término acaba popularizándose tanto, su uso es tan indiscriminado, que al final pierde (si es que alguna vez lo había tenido) su intención explicativa. Cuando, tratando de utilizar un lenguaje propio, nos olvidamos del significado de las palabras, de su sentido primigenio, las palabras pasan de ser una categoría conceptual inscrita en un modelo a ser una etiqueta. La etiqueta descarga todo su poder de generalización. La generalización es tan subyugante, tan seductora que impide al profesional cualquier esfuerzo en estudiar el caso concreto, con sus matices. Porque LA ETIQUETA lo explica todo: el problema, la hipótesis, la solución. Todo. La etiqueta es luego acuñada por la opinión pública y los medios de comunicación que, como ya hemos dicho, revisten con un barniz de cientificidad la noticia al utilizar palabras que se utilizan en otro argot profesional. (...). Finalmente la etiqueta, propuesta por el profesional y refrendada por los medios, es enganchada al cuerpo mismo del usuario y se convierte desde ese momento en su estigma. No es éste, ya se habrá adivinado, un diccionario al uso. Tampoco pretende indagar en la raíz etimológica de cada palabra, porque aquí lo que se critica no es (salvo alguna excepción) el concepto en sí, sino su uso indiscriminado, perverso en ocasiones, que conlleva siempre una forma de poder. Es este, pues, un ejercicio de autocrítica para, como dice el filósofo Xavier Antich, “seguir buscando las palabras que nos faltan”. Las expresiones y conceptos contenidos en este artículo representan una pequeña muestra recogida mediante la observación de informes, coordinaciones, reuniones, noticias en la prensa, etc. Algunos conceptos están escogidos por el poder estigmatizante que ejercen sobre los sujetos. Otras expresiones, quizás más inocentes, solo revelan algunos eufemismos y prejuicios. A modo de ejemplo:

FAMILIA DESESTRUCTURADA. Los medios de comunicación han hecho célebre este concepto que utilizan sin complejos para explicar cualquier noticia que huela a situación marginal. Todo un éxito de nuestra profesión que ha conseguido colar en los cuarenta principales de los media a su concepto estrella. Familia desestructurada se utiliza en servicios sociales, pero también lo esgrimen médicos, profesores, voluntarios, periodistas, etc. que no dudan en calificar a las familias, sin ningún tipo de reparo, con tremenda categoría. Familia desestructurada es un cóctel donde el ingrediente principal (lazos familiares poco tradicionales y problemas con los hijos aparte) es la pobreza. De ahí su poder ejemplarizante: “Nosotros no somos así” parece decir quien lo utiliza. Y cuando de una familia se decide que es desestructurada, los matices, su historia, sus razones, las peculariedades, todas esas “contrariedades” que dificultan qué generalicemos tan alegremente y que nos obligan a pensar un poco más, se van de vacaciones.

HIPERACTIVO. La educación, aunque investida de oropeles, se convierte muy a menudo en la tarea de parar el movimiento continuo. Revolverse más de la cuenta en el pupitre se castiga hoy con Tranquimazin. Cuando el diagnóstico científico se populariza y se hace moda se convierte en una etiqueta con la que distinguir a todo aquel que se salga de la norma. El concepto se banaliza hasta tal punto que veda cualquier intento serio en identificar al niño que de verdad lo sufre. Lo que son las cosas, en la edad adulta, vaya usted a saber porqué, ser hiperactivo se acaba considerando un valor añadido.

(...) PADRE AUSENTE. Estamos ante una expresión que está tomando, dadas las prisas del profesional en poner etiquetas en sus informes, otros derroteros para los que fue pensada. Si nos fijáramos más en la musicalidad de las palabras no deberíamos usar ausente, una palabra tan hermosa, cuando lo que de verdad queremos decir es que no existe el padre y que no vale la pena gastar ni un minuto de reunión en hablar de el. “Me gusta cuando callas porque estás como ausente”, decía Neruda. Padre ausente nos remite, pues, a un padre evocador, siempre pensando en las musarañas, mientras la familia se desmorona a sus espaldas. A pesar de eso, este Padre ausente puede ejercer un poder real y simbólico enorme en la familia y nos puede pillar mirando para otro lado. Pasa como con todas las generalizaciones, nos libra de cavilar y nos pone a dormir a pierna suelta. Los que hemos crecido intelectualmente con el lema: es imposible no comunicar, deberíamos confrontarlo con el concepto de Padre ausente. Por coherencia, más que nada.

(...) PRE-DELINCUENTE. Si hay un término que tendría que hacer sonrojarnos ese es el de predelincuente. Tenía la esperanza de que con los estudios de diplomatura, con nuestra profesión entrando en la universidad, con el saber en definitiva, este término, príncipe de lo prejuicios, insulto a la inteligencia, se abandonaría por completo. Pero aún colea por ahí. Desde aquellos pseudocientíficos que estudiaban a los asesinos según la forma y el tamaño de su cráneo no se había pertrechado tamaño atropello. Aun así la palabreja va salvando obstáculos y adaptándose a cada generación de educadores. A los aprendices de Aramis Fuster no les hace falta la pedagogía, ya se ve.

RIESGO. Nuestro discurso profesional adolece, en ocasiones, de un lenguaje propio. Hemos adaptado al trabajo social conceptos que provienen de la medicina (prevención, diagnóstico, intervención, etc.) con la dificultad que supone utilizar expresiones creadas, originariamente, para otra disciplina. Lo confieso, no tengo una propuesta para sustituir la palabra riesgo. Nos hemos acostumbrado tanto a ella que ya parece casi de la familia, pero prueben a hablar con gente “normal”. Sí, sí, gente que no sea del gremio, que no se dedique a estos menesteres nuestros (existen, se lo aseguro). Confronte el término con su mujer, sus amigos, sus hijos ya verá como no resiste ni un asalto. En fin, podemos hablar de indicadores, a secas (indicadores que, por cierto, necesitan una revisión urgente para adaptarse a la actualidad). No necesitamos esta expresión a menos que consideremos que vivir ya es un riesgo.

SIGLAS: Conversación entre dos educadores:
-Ya hiciste el PEI?
-No, me falta la valoración de l’EAP. Además, no se si el EAIA necesitará también el informe del DAM.
-En mi EBASP lo prioritario es la valoración del CSMIJ. Pero es una indicación de nuestra CAP que había trabajado en la DGAM, quiero decir… la DGAIA, ya sabes.
- ¿Y lo hacéis ES y TS juntos?
-Normalmente los hago solo yo porque son casos de IES o de CEIP. Pero si se ha de pedir un SAD o un PIRMI o ingresar en un CRAE entonces lo hacemos los dos más la TF.
-Ah, ya. Bueno, quedamos después a tomar un café?
-¿Un qué?

SOCIAL. Nuestro Santo Grial. Apellidamos a nuestras profesiones con este lastre sin caer en la cuenta que social, lo que se dice social, lo es casi todo. Otros profesionales (...) ya se han dado cuenta de eso y en muchas reuniones insisten en derivarte, perspicaces ellos, cualquier cosa con la excusa de que es un problema social. Demuéstrales con argumentos convincentes que están equivocados. Es imposible. Psicología social, educación social, trabajo social, socioeducativo, sociosanitario, lo social nos llena la boca. Tendremos que ir pensando en como discriminar nuestras experiencias profesionales (...) en base a algo más consistente que considerarlo social o no. Eso o que nos sigan considerando chicas/chicos para todo (lo social).

(...) VERBALIZAR. Nada en contra de esta palabra más allá de la antipatía que me produce su pedante cadencia. Es solo que su uso es tan excesivo en nuestros lares que llega a irritar. Ya se sabe, cuando una persona normal y corriente viene a vernos, en el mismo momento que entra en nuestro despacho, deja de hablar y decir y por un proceso de osmosis comienza a verbalizar. Y donde dijo digo, verbaliza Diego. Escuchémonos en cursos y en coordinaciones: El loable esfuerzo por crear un lenguaje científico y alejado del vulgo a veces nos hace hablar muy raro.

10 julio 2009

Tema escamoso...


Son de esos temas que en el mundo penitenciario la gente habla como cotilleo pero sin entrar en más profundidad ni alzar mucho la voz. Pongo en antecedentes: cada año por estas fechas entran a trabajar a las prisiones catalanas educadores/as sociales para realizar trabajos de verano (actividades más propias de animación sociocultural que tienen por objetivo entretener a los internos). Cada año y como mínimo en un caso, una de las chicas se acaba relacionando demasiado íntimamente con un interno, con las consecuencias que eso acarrea.

Tengo claro que esta no es la tónica dominante y que hay grandes educadores que realizan su trabajo teniendo en cuenta los límites profesionales pero no deja de llamar la atención que sean tantas las que "caen" en este tipo de relaciones. Y más aún cuando estos "encuentros" son conocidos antes por el resto de internos que por los compañeros. En algunos casos el temido escándalo salpica a los coordinadores de educadores que se ven en la tesitura de preguntar a las interesadas aquello de... "¿estás liada con algún interno?"; no en pocas ocasiones las implicadas niegan rotundamente los hechos, atribuyendo el rumor a la mala intención de algunos compañeros, a la envidia o al disfrute de demasiado tiempo libre. Con el tiempo se demuestran los hechos pero mientras tanto el resto de personal opina a favor o en contra.

Pero no sólo se trata de chicas. Hace pocos años tuvimos un "profesional antisistema" que se dedicó a provocar a los internos aludiendo el maltrato que recibían, la carencia de recursos suficientes y la necesidad de "revolucionar" el sistema penitenciario. Un chico al que se le llamó la atención en varias ocasiones por parte de la dirección y que, una vez terminado su contrato, envió dos cartas del mismo estilo a dos internos, instando a la "rebelión". Por fortuna, los destinatarios de las cartas intuyeron la bomba que tenían entre manos y las misivas fueron entregadas a los funcionarios de vigilancia. La pregunta que siempre me atenaza es: si una persona es antisistema, está en contra de los centros penitenciarios... ¿para qué entra a trabajar allí? ¿No hay más opciones? ¿Qué consigue instando a motines con las consecuencias que eso puede conllevar para la seguridad del resto de internos y profesionales?
Tampoco podemos decir que sean siempre educadoras sociales. También hay casos de maestras, enfermeras, mujeres de la limpieza... Parece que ningún colectivo está libre de "pecado".

Parece mentira pero una vez más la realidad supera la ficción.