Cuando muchos de nosotros estudiamos la carrera, no se contemplaba este ámbito como factible para desarrollar la tarea profesional. ¿Un/a educador/a social en la escuela? ¿Convivir y combinar el trabajo de un/a maestro/a con la educación no formal? Impensable.
Por suerte esto ha cambiado y cada vez más escuelas demandan y valoran esta figura, como la Escuela Cultura Práctica, de Terrassa. Pero no todo son facilidades: aún quedan los que no entienden que la acción educativa "siempre se construye sobre la relación interpersonal entre educador y educando", aunque los objetivos específicos y las metodologías aplicadas sean divergentes (Educación Social y Escuela, revista de Intervención Socioeducativa de Pere Tarrés, nº32, 2006)
Además, hay que entender que enseñar y educar no son lo mismo pero son acciones que se complementan en las instituciones educativas y, por tanto, están condenadas a entenderse, planteándose la validación competencial como objetivo genérico a alcanzar.
Tengamos presente que "la educación traspasa las paredes de las aulas y pasea por toda la escuela en formas diferentes a los contenidos curriculares. La educación camina por los pasillos, por los juegos en el patio, por las reuniones (...) de madres y padres, para la planificación e implementación de proyectos innovadores y por las reuniones para acordar marcos de convivencia escolar. Incluso se destila intención educativa en el momento de entrar y salir de la escuela. Y es en todos estos espacios donde la educación social tiene mucho que aportar desde la experiencia de una profesión consolidada en espacios de educación no formal"(Oscar Martínez en 'La Educación Social ya existe en la escuela' , 2016)
Pero no olvidemos que como profesión consolidada hay que reclamar funciones, medios, espacios y metodologías propias. La educación social interviene de forma natural en situaciones de vulnerabilidad con planteamientos de prevención y de actuación coordinada y no podemos, por tanto, conformarnos al responder a requerimientos de urgencia.
Entendemos la complejidad social actual y el desbordamiento de situaciones disruptivas que se generan en el día a día del aula pero para ello se requiere de una escuela con planteamientos disciplinarios sólidos. En este contexto la educación social debe poder abordar aquellas problemáticas y dificultades extracurriculares que afectan el correcto desarrollo del menor como alumno / a y como ciudadano. Esto implica determinar los componentes básicos de la escuela renovada que necesitamos.
En concreto, Jaume Funes indica algunos en el artículo publicado en el diario Ara en 2016: "una escuela sólo es verdaderamente escuela si (...) está pensada para facilitar la infancia, el desarrollo, la curiosidad por saber, el descubrimiento del mundo y de los otros en un entorno concreto, en el que diferentes adultos educan; (...) una escuela es escuela si dentro están todas las infancias (...), todas sus diversidades vitales, donde todos son de diversas maneras buenos alumnos y lo que preocupa a los padres es el grupo, el aprendizaje cooperativo, el descubrimiento diario de la diversidad; (...) una escuela es nueva y buena si padres y madres pueden entrar y maestros y profesores salir. Si unos y otros comparten currículo, vida y educación ".
El educador/a social, por tanto, debe contribuir a poner la mirada sobre la persona y no sólo sobre el alumno/a. En esta renovación, nuestra profesión debe tener un papel protagonista, activo, innovador y vinculante.