Desde hace un par de meses trabajo con adolescentes conflictivos: expulsados de los institutos, con problemas de consumo de sustancias psicotrópicas, impulsivos, con actos de violencia a sus espaldas, con diagnósticos diversos... El objetivo es ofrecer las herramientas necesarias para que obtengan el graduado escolar y reducir los episodios disruptivos.
El entorno familiar suele sentirse desbordado por la situación; sufren los escarnios de los menores, han probado diversas acciones con ellos y casi nada ha funcionado. Los años pasan y las situaciones conflictivas sólo hacen que crecer. Este tipo de realidades suelen provocar más agresividad en los adolescentes que, unido a la etapa vital que viven y la situación actual de la sociedad, perfilan un futuro incierto.
Una vez enmarcado el ámbito donde trabajo, me gustaría destacar un hecho que ayer mismo me impactó. Uno de los chavales, de 15 años, quiso salir de la clase. "Estoy rayado, me voy". Lo cogí a parte y le pregunté qué sucedía. Estaba convencida que algún comentario de los compañeros o la temática de la clase (tocaba matemáticas) había provocado esa reacción pero la motivación estaba lejos de estar relacionada con ese momento concreto.
Textualmente me dijo: "Es que soy un analfabeto, un inútil. Con 15 años y aún no sé leer
bien. Voy a clases de repaso y no sirve de nada. Tiene razón mi madre cuando me dice que acabaré como un vagabundo". El tono empleado fue lastimero y apagado, convencido de lo que estaba diciendo. Miré de disuadirlo destacando sus potencialidades: es muy hábil con las manos, le encanta el bricolaje y la jardinería, tiene una memoria excelente y un alto sentido de la responsabilidad. Se presta voluntario a ayudar en las tareas del centro y su sentido del humor es genial. Es educado, respetuoso con las figuras de autoridad y el grupo de iguales.
Pero a pesar de esta enumeración, el adolescente tiene muy interiorizado que no sirve para nada. En una cultura donde la "titulitis" tiene un papel protagonista, aquellos que no destacan en el mundo académico se ven en inferioridad de condiciones. Los trabajos manuales son entendidos como de menor calidad y superfluos, peor considerados y destinados a los que no llegan a unas calificaciones suficientes.
No sé si el sentimiento de este alumno será compartido por muchos más adolescentes pero me gustaría poder demostrarles que la sociedad adulta donde están a punto de entrar les valorará por sus cualidades humanas y no por las notas de final de curso. Me gustaría poderles asegurar que podrán ir con la cabeza bien alta sin necesidad de tener una carrera o dos posgrados. Que su entorno se sentirá orgulloso de ellos si se comportan como personas responsables, trabajadoras, maduras, comprometidas, solidarias... aunque no ejerzan como médicos, abogados o científicos.
Me gustaría poderles mostrar casos exitosos actuales, que salgan por la televisión y en la prensa, reconocidos, de trabajadores como panaderos, comerciantes, feriantes, jardineros, pastores, paletas, camioneros, mozos de almacén, teleoperadores... Pero hasta ahora mi búsqueda no ha obtenido resultados.
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