Llevo poco tiempo trabajando con adolescentes con transtornos de conducta y/o en riesgo de exclusión social y reconozco que estoy aprendiendo mucho más de lo que imaginaba. Entorno a ellos se arremolinan una ingente cantidad de expectativas, inquietudes, retos, inseguridades, aprendizajes, vivencias, sueños...
La sociedad evoluciona a una velocidad vertiginosa, y si ya es complejo para los adultos adaptarnos a las nuevas realidades, lo es aún más para aquellos que están viviendo un momento personal tan poliédrico como es la adolescencia. Y, cómo no, se exponencia en aquellos casos en los que están presentes diagnósticos psicológicos y/o entornos sociales desfavorecidos, conductas disociales, patrones familiares disfuncionales...
En este sentido, observo en los chavales con los que trabajo (de 14-15 años) una acuciante necesidad de independencia respecto a los adultos con los que conviven. Pero esta necesidad no se podrá materializar, probablemente, hasta dentro de unos cuantos años por razones económicas y/o laborales.
¡Cómo ha cambiado la historia! Sólo una generación anterior se planteaba irse de casa cuando era mayor de edad y tenía algún trabajillo en ciernes. Podía ser sola, en pareja o con amigos pero intentabas hacer un cambio con cierta solidez. Ahora algunos adolescentes hablan de vivir de okupas, realizar pequeños "chanchullos" rozando la legalidad (o acciones claramente ilegales) para salir como sea de un entorno que a veces viven como opresivo, hostil o excesivamente controlador. Y no sólo hablo de los chicos y chicas con los que trato; en el instituto donde trabajo hay más de 700 alumnos y esta reflexión también es fruto de las inquietudes que observo en el resto de profesionales.
Es evidente que no hablamos de todos los adolescentes y que existen infinidad de realidades pero desde mi precaria experiencia detecto una diferencia en cuanto a ritmos y retos vitales entre generaciones. Si hace unos años empezabas a trabajar con 17-18 años y te conformabas con lo necesario para poder mantenerte sin pedir dinero a tu familia, ahora muchos quieren trabajar cuanto antes (aunque no tengan la edad legal), con un sueldo más que generoso, para independizarse bastante antes de la mayoría de edad. Lo importante no es tanto empezar una nueva etapa vital como huir de la actual.
Existe entonces un desajuste importante entre los anhelos de muchos jóvenes y la realidad imperante. Si es complejo encontrar empleo teniendo formación y experiencia, lo es mucho más sin tener ni tan siquiera los estudios básicos obligatorios finalizados y mucho menos experiencia laboral. Si además no se posee la edad mínima legal y las expectativas pasan por sueldos imposibles, el sentimiento de frustración aflora con mucha facilidad. Otro tema a abordar es cómo preparamos a esos jóvenes para afrontar esta frustración y qué herramientas ofrece la sociedad para mitigarla.
Y cuando la realidad no acompaña, algunos de ellos tomarán los atajos que sean necesarios para conseguir sus objetivos. Si el entorno social del menor no es el más óptimo, no se poseen las estrategias adecuadas o las figuras de autoridad no canalizan esos anhelos, existe una alta probabilidad de que se produzcan conductas disruptivas que dificulten, aún más, su empoderamiento como ciudadanos de pleno derecho.
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